Pero
Paulino era diferente. Si quería, con un
solo dedo aplicado donde él sabía, te hacía
desmayarte de dolor. Pero su
destreza apenas encontraba lamentos. Su fama era tal que todos los días desfilaban por su casa
innumerables personas aquejadas de insospechadas dolencias. Hasta aquel modesto
domicilio serrano acudían, por el
“boca-oído” gentes de todas partes. No había cita previa. El que llegaba,
esperaba y punto. Paulino no cobraba por su labor. A lo sumo, admitía el aporte de “la voluntad”.
Como he
dejado dicho, aquel hombre, rudo, fibroso, de frente arrugada y cara huesuda, era pariente directo de mi
padre. Y en ocasiones, le visitábamos. En las sesiones con los “pacientes “ enmudecía. Fuera, con
los amigos conversaba dicharacheramente. Era un tipo alegre. Pródigo en dichos
serranos. Y en palabrotas. Junto a una
hogaza de pan y un poco de chorizo de la orza, bien regado con una jarrilla de
clarete, aquel hombre pegado a un puro
“faria”, rezumaba alegría. Y Donato, mi
padre, se contagiaba del buen
humor. Nosotros, niños por entonces, participábamos jubilosos e inocentes de aquel buen ambiente.
Paulino
siempre recibía a Donato con una frase que forzaba a éste a una carcajada. A mí
aquello me parecía tan ingenioso que lo archivé en mi memoria en construcción
como un elemento de complicidad y de buen rollo.
Un buen
día apareció de repente entre nosotros un tío, hermano de aita. Era un fraile.
De los de la época. Con sotana negra, crucifijo enorme, gafas de pasta y sonrisa profidén del régimen. Se llamaba
Miguel. En verdad se llamaba así porque en la congregación religiosa a la que
pertenecía se le conocía con el apelativo de “Niceto Primo”. Desconozco la
razón de la sobreidentidad aunque siempre pensé que aquello del seudónimo tenía un punto
novelesco y de intriga. Miguel rompía un poco los cánones que tenía yo de los
curas. Parecía más abierto. Jugaba al fútbol y muy bien a pala en el frontón.
No rehuía una polémica aunque su
planteamiento fuera extremadamente conservador. La cuestión es que un buen día
de verano llegó para pasar unas jornadas con nosotros. Y yo, que quería ser
simpático, a la vez que participativo, pensé en saludarle como Paulino lo hacía
con mi padre. Así que en presencia de
Donato, con un torrente de voz le hice la “reverencia” que hasta entonces había
visto funcionar magníficamente. “Hola,
recornudote!!”. “¿Qué?” preguntó incrédulo el fraile. Y yo insistí con cara de
simpático; “RE-COR-UN-DO-TE”. Ni que decir tiene que yo desconocía el
significado de aquello. Pero cuando vi la cara de Donato hecha un poema pensé que
lo había expresado erróneamente. Así que, imbécil de mí, lo repetí unas tercera
vez. Mi padre no sabía dónde meterse e
intentaba excusarse con evasivas. El tío fraile reaccionó con lo que hoy diríamos que era un “zasca”.
“No te preocupes, los niños hacen y dicen lo que ven a sus mayores”. En ese
momento, si Donato hubiera podido, me habría estampado pero, por fortuna, de aquel incidente salí ileso. Aita era un
hombre de paz y aunque en su fuero interno me habría triturado, aguantó el
sonrojo como pudo. Pasado el trance, me pareció que el bueno de Donato rezaba
por lo bajini pero no, juraba en arameo y yo debía ser la causa. El enfado
quedó en una admonición; cuando los mayores hablaban de sus “cosas”, los jóvenes debían
desaparecer ante la prevención repetida de “oír, ver y callar”. Si hubiera sido mi madre, un cachete habría
adelantado la advertencia.
Ya me
costó entender por qué lo que entre Paulino y mi padre funcionaba, no tuvo complicidad alguna entre mi aita y su hermano fraile.
Aquel sucedido me enseñó que es mucho
mejor permanecer en silencio que hablar a destiempo. Hablar por no callar.
Estamos
ya en plazo de campaña electoral. Tenemos las playas repletas, y se necesitan banderas
específicas para anunciar la plenitud del aforo. Las terrazas se llenan de
amigos a la hora del vermut. Y, poco a poco, recuperamos la vida que un mal
virus nos había secuestrado. Virus que sigue latente y que deberemos vigilar
para que no nos haga retroceder. Sin embargo,
quienes nos abrasaron con
mensajes desalentadores, diciendo que el
país no estaba para elecciones, ni se han disculpado por sus injustas palabras,
ni han parado en su frenética actividad
de actos, ruedas de prensa, entrevistas,
declaraciones y cualesquiera forma de publicidad y propaganda.
Todo su
interés ha sido y es entablar confrontación con el PNV, el partido a echar del Gobierno. Por tierra, mar y aire, han intentado, infructuosamente, que el PNV
entre en la melé y le han sacudido por
donde han podido. Desde la lícita
crítica política a la provocación. No han dudado en enviar señuelos al río electoral para si a
algunos de los cebos los nacionalistas vascos entraban como la
trucha boba al engaño del pescador.
Quienes
nos abroncaron por poner fecha a las
elecciones, se negaron a cortar la
duración de campaña, diciendo que si lo
hacíamos coartábamos la igualdad de oportunidades. Y desde el primer día no han
perdido ocasión en reclamar, en mitin permanente, un tripartito de izquierdas.
¿Para qué?. Como dirían Tip y
Coll, ¡Paraguayo!.
La
organización más corrupta de Europa se
ha permitido dar lecciones de moral pública a los jeltzales. Las insidias del partido de la Gürtell o de
Bárcenas tenían fácil respuesta. Pero el
“tu más” no es lo que la gente espera en este momento.
A ese
carro de la porquería, se ha subido en marcha
la izquierda patriótica. Pero esa
ocurrencia no es nueva. Ya estuvieron en el pasado reciente a partir un piñón con diputada de VOX Macarena Olona cuando la hoy azote ultra en el Congreso era Abogada
del Estado en Euskadi de la mano de Carlos Urquijo. La animadversión de ambos, de la Izquierda
Abertzale y de Olona, hacia el PNV, les
hizo “amiguitos” de rebotica en procedimientos judiciales y en la divulgación
de acusaciones públicas. Acusa que algo queda. Y siempre mancha.
Pero
este ámbito no ha sido el único en el que EH Bildu ha pretendido provocar al PNV. Los de Sabin Etxea son su obsesión. Ya sean
los papeles de la CIA en relación a los GAL o lo que fuere que estuviese en el guion,
los de Otegi siempre terminan por recriminar
al PNV. Su contumacia les ciega . Hasta han tenido la poca decencia
de colocar una pancarta insultante contra Juan Mari Atutxa en el municipio
arratiano en el que reside. Necesitan de
la provocación más indeseable para forzar un protagonismo que de otra forma no
consiguen. Gaiztoak!
Pese a
todas las marrullerías, el PNV ha decidido obviarles. Y ese “olvido” voluntario
es quizá la mejor respuesta que se
merecen. Ahora es tiempo de ver el panorama pon perspectiva. No de entrar en provocaciones. Es el momento
de templar el nervio, de observar que lo
importante es escuchar a la gente, sus inquietudes y propuestas. Es el momento
de ser receptivos, de buscar espacios
para sumar, para poder salir del agujero. Pero sin ruido. Es tiempo de responsabilidad. De reconstrucción. De
respeto. De reforzamiento. De respuestas. Es tiempo de trabajar. No de
despotricar.
Paulino
sabía encontrar el dolor y aliviar el músculo magullado. Y con tacto buscaba rehabilitar las
contracturas. No hacía milagros pero calmaba el sufrimiento con sus manos y con
su dedicación autodidacta. Él sabía
con quien bromear y con quien no. Don Juan Ajuriagerra solía decir que “quien calla no otorga.
Solamente calla”. Ahora, frente a la provocación,
toca seguir trabajando. Trabajando mientras a algunos se les va la fuerza por
la boca.
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