sábado, 4 de julio de 2020

TXAPELA NARANJA

Ha pasado una semana de campaña. Ha sido una sensación atípica. Una mezcla de querer y no poder. Y es que las restricciones de seguridad en relación a la pandemia del COVID 19 limitan  las apariciones públicas, los contactos y los actos multitudinarios.  Por el contrario, la sociedad se va acomodando a la nueva realidad y en ocasiones  parece que la transición se está produciendo  demasiado rápidamente. Determinadas  escenas de celebraciones populares han olvidado irresponsablemente que el virus sigue entre nosotros y que su capacidad de contagio permanece.

Como primera conclusión del momento político, decir que la determinación de la fecha electoral fue un acierto. Fuera del estado de alarma y de la emergencia sanitaria, los comicios se podrán desarrollar  con seguridad y libertad. Algo que contrasta con aquella queja repetida de que “no se daban las condiciones  sanitarias ni democráticas para ir a votar”. Quienes esto decían, pájaros de malos augurios, han pasado página a sus reproches para centrarse  velozmente a la busca y captura del voto. Amnésicos interesados.

La segunda lectura  que puede hacerse  del actual momento electoral es una percepción doble. Por un lado, la gente no tiene interiorizada en su cabeza una confrontación partidista. No digo unas elecciones, sino una pugna abierta entre  formaciones distintas que se pelean por obtener mejores resultados o votos.  Una mayoría de vascos y vascas   no quieren ruido. Bastante incomodidad e incertidumbre han tenido en los últimos tiempos como para soportar el fragor  de una contienda política al uso.  Eso no significa que se desentienda de las elecciones, pero sus prioridades, hoy por hoy son otras. Sus prioridades son la salud, la seguridad, el empleo, las vacaciones…Dicho esto, también una mayoría tiene decidido acudir a las urnas el próximo domingo 12. ¿En qué porcentaje? No lo sabemos, pero los sondeos indican  que será similar al que tuvimos hace cuatro años.

Tercera  consideración  vinculada exclusivamente a las formaciones políticas que pugnan por obtener representación: un grupo de formaciones  -EH Bildu y Podemos- coinciden  en desarrollar  una campaña de acoso al partido gobernante. Este, el PNV,  lejos de entrar en la melé, procura  buscar la movilización  para reforzar  su mayoría. Los socialistas por su parte  confían en mejorar posiciones impulsados por el tirón de Pedro Sánchez, y finalmente , la derecha española, mejor dicho el PP, se juega  en estos comicios,  el ser o no ser en Euskadi.

EH Bildu quiere crecer. La ansiedad por medrar le puede  y juega un doble papel. Uno, pretende contentar a su parroquia, siendo el látigo opositor del PNV. Al mismo tiempo,  sus estrategas saben que el electorado les exige moderación y envuelven su propuesta en una imagen edulcorada de celofán. Ambas campañas  intentan convivir  para fortalecer  una alternativa seria  al PNV. Pero los caramelos amargos no suelen tener éxito, aunque el envoltorio sea brillante.  

Los morados de Podemos han tenido claro  desde un principio cual es su mensaje;  la alianza de izquierdas. Aunque  al personal le resulte inverosímil. Tienen poca credibilidad su extrema ideologización  les aísla de la realidad.  Además, han perdido el perfil “verde” de Equo.  Difícilmente repetirá resultado.  

Los nacionalistas gobernantes centran su mirada no en la oposición sino en la participación. De ahí sus esfuerzos por incentivar la movilización del voto. Si lo consiguen, quizá obtenga resultados históricos.

E históricos, pero por todo lo contrario, pueden ser los votos que obtenga el Partido Popular. El pasado martes la imagen de Carlos Iturgaiz calándose una txapela roja  me indujo a confusión. Todavía hay símbolos en Euskadi  que siguen presentes a pesar del paso de los años. Y es que  la derecha tradicionalista  siempre  ha exhibido  sus lazos  históricos con el carlismo  más cerril.

Hay que recordar que si bien el mayor número de integrantes  de los “tercios” de requetés  provenían de Navarra, en la  comunidad vasca también  hubo núcleos importantes   de carlistas  (Arratia, Duranguesado…)  Su influencia durante la dictadura fue notable  y su vestigio ha perdurado sociológicamente por  tiempo en este país.

Los requetés, alineados  con Franco especialmente por la intervención de Mola,  siempre guardaron  un perfil  de defensa “foralista” . Tal es así que,  cuando las tropas franquistas tomaron Gernika  en 1937, se corrió el rumor de que varios falangistas se disponían a cortar el árbol  representativo de las libertades vascas con hachas por considerarlo un símbolo separatista. Ante ese rumor, el entonces capitán del tercio  requeté de Begoña, Jaime del Burgo Torres (padre del diputado navarro Jaime Ignacio del Burgo) mandó formar un escuadrón de boinas rojas armados con el que rodeó  el recinto  del árbol e impidió que éste  fuera dañado.​

La txapela que Iturgaiz  se caló en campaña, nada tenía que ver con el carlismo. Ni con el foralismo.  Era un guiño festivo. Un “alarde”.

La derecha española ha abdicado de la moderación y también  de sus lazos históricos que ha defendido  tradicionalmente en Euskadi. Su deriva, influenciada por la fundación FAES, ha alimentado una estrategia destructiva que acabará con su ya exigua representación pública en el País Vasco.  El poder central del aparato de Génova , con la inestimable colaboración de los sectores más radicales  vizcaínos  y alaveses ,  ha desguazado la estructura del PP vasco forzando  no ya la salida  de Alfonso Alonso, sino, probablemente,  la inminente sustitución  de Amaya Fernández por el hoy candidato a la Lehendakaritza, que tras los comicios autonómicos será  el delegado de Casado en Euskadi. 

Condenado todo el cuadro dirigente al ostracismo, escorado el perfil del partido a la derecha más extrema y convirtiendo  la organización alavesa en un “sálvese el que pueda”, al Partido Popular Vasco  sólo faltaba la puntilla  para perder  todo signo de vitalidad. Y esa puntilla llegará, mañana domingo, cuando de la mano de Casado irrumpa como referente  de la nueva derecha, Inés Arrimadas.  Y lo hará con total desvergüenza  a la sombra del árbol de Gernika, en un acto  electoral  que ni los propios soñaban en sus peores pesadillas.

No es la primera vez que dirigentes populares madrileños visitan Gernika. En noviembre de 1996 fue Jose María Aznar quien acudió hasta la villa foral en un encuentro marcado  por la inusual relación de sintonía alcanzada entre el PP y el PNV.  El entonces presidente español firmó en el libro de honor de la Casa de Juntas  mientras su director de comunicación, el siempre locuaz Miguel Ángel Rodríguez hacía comentarios inapropiados sobre la simbología  del momento y la “verdadera épica”  no representada “por un roble” sino por  “héroes como el Cid campeador”. Recuerdo el “cabreo”  que los comentarios provocaron en nuestro Juan Carlos Urrutxurtu, encendido  ante tamaña desconsideración y falta de respeto. De aquella visita, recuerdo algo más. Unas palabras de Aitor Esteban, a la sazón, presidente de las Juntas Generales y en su caso, anfitrión de la visita. Esteban fue cuestionado por un periodista  si  regalaría un retoño del árbol de Gernika a Aznar. Su respuesta fue, como siempre, rotunda. “No. Primero deberá ganárselo”. Jamás lo consiguió.

Mañana, los herederos del mismo Aznar, volverán a posar bajo el nuevo roble de Gernika, un árbol vigoroso que crece con fuerza y esplendor  tras la crisis de sus antecesores. Un símbolo de libertades cuya grandeza estriba en dar cobijo  a todos, incluidos los negacionistas de su rango genuino diferencial.  Alrededor de un roble de la misma especie,  se reunieron por siglos vizcainos que determinaron  los rasgos más señalados de su convivencia. Una asamblea regulada por una legalidad o fuero que limitaba  los derechos y libertades de sus representados.  Un sistema político diferente. Ni mejor ni peor. Distinto. Cuya esencia, una mayoría de la  ciudadanía de este país desea  recobrar y actualizar. La Constitución española los denomina “derechos históricos” que “ampara” y “respeta”. Pero los “constitucionalistas” de nuevo cuño los ignoran, desprecian y califican de “privilegios” que  se han comprometido en abolir.

Eso no obsta para  que, con toda la desvergüenza del mundo,  y para proclamar su ”santa alianza” de las derechas hispanas,  se retraten en Gernika con despecho y atrevimiento. El electorado vasco,  con su capacidad de discernir quien le representa mejor,  sabrá premiar o castigar  el comportamiento de cada cual. La solución la veremos el próximo día 12. Pero suena a velatorio. Con la txapela naranja.

 

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