sábado, 11 de julio de 2020

EL DERECHO A DECIDIR

La culpa de todo siempre es de los demás. En todo momento  hay alguien al que endosar  el debe en esta vida.  Con rigor o sin el.  Eludir responsabilidades, escurrir el bulto es el deporte nacional  en este país. Y todos, en mayor o menor medida, lo practicamos. Es más fácil  ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio, sobre todo  cuando la imputación  de un fracaso  se hace intencionadamente para provocar  el desgaste  o pérdida reputacional  de alguien al que se quiere  mal. La culpa fue del “cha-cha-cha”.  O de la suerte -buena o mala-. Hasta de la climatología. La especie humana,  y de manera especial los neandertales escasamente evolucionados, es, somos,  unos artistas a la hora de encontrar causas en las que esconder nuestros propios fracasos. 

Que el virus COVID 19 rebrote  en determinadas partes de nuestro territorio evidencia que las medidas de control establecidas por las autoridades sanitarias no se están cumpliendo. No que hayan fallado. Quienes hemos fallado  hemos sido las personas  que hemos relajado nuestros hábitos  individuales  obviando  que la pandemia  no ha desaparecido  y que la enfermedad sigue latente entre nosotros. 

Basta mirar alrededor para cerciorarnos  de que hay una parte de  la gente, no sé si mucha o poca,  que aplica las medidas  preventivas contra el  contagio de manera laxa.  Actuamos como “mediopensionistas”.  Con firmeza intermitente, y en cuanto  podemos, pretendemos  volver a la libertad  en la que vivíamos tiempo atrás y que añoramos con ansiedad. En ese afán de recuperar  el modo de vida pasado, a veces, perdemos la perspectiva de los sacrificios que hemos  padecido y el  alto coste en vidas humanas que la infección global nos ha generado.  

Cada vez más tengo la sensación, a tenor de las conductas  que se observan, que  una parte de nuestra población posee memoria pez, o en su caso padece de amnesia selectiva.  Otra porción, que no soy capaz de cuantificar, actúa a conciencia. Son conscientes de la irresponsabilidad de su comportamiento pero  les importa un huevo, con perdón, que propicien una extensión de coronavirus. 

Se trata de  gente insolidaria que  no ha tenido en su entorno,  ni enfermos ni víctimas y que, además, se cree inmune, por lo que  se pasa las recomendaciones sanitarias  por el forro de sus caprichos. Sé que generalizar  es injusto, pero mi impresión particular me indica que hay una parte de la juventud de este país  (no sé si mucha o poca gente) que “pasa” de recomendaciones ya que su prioridad de disfrute está por encima de cualquier otra cuestión. Y  esta sensación me apena mucho.  

Digo todo esto porque , hastiado de tanta insensatez,  me permití llamar la atención el pasado día a un nutrido grupo de jóvenes que enfrascados en sus cosas  se manoseaban, jugaban y relacionaban sin  mascarilla, distancia , ni medida  de contención alguna. Eran niñatos y niñatas que se comportaban como si estuviéramos viviendo en un a sociedad en la que nada hubiera pasado de un tiempo a esta parte. 

No reproduzco la respuesta que obtuve a mi requerimiento de que utilizaran la mascarilla, porque, a pesar de lo malhablado que me considero, su respuesta  me escandalizó.  Sólo una joven, con cierto aire  de culpabilidad atenuada por la  conducta grupal, supo aclararme que “con el calor que hace,  la mascarilla resulta incomodísima”. “Espero -le dije desde mi cabreo patriótico- que,  si por desgracia necesitaseis  que os metieran un tubo por la tráquea  supieseis  diferenciar qué resulta más incómoda; la mascarilla o la respiración asistida”. La respuesta del rebaño fue irreproducible y mi encabronamiento también. 

Mi experiencia no relata un estudio sociológico ni obedece a  una observancia empírica de un fenómeno. Es fruto de una situación esporádica vivida de manera subjetiva. Desconozco si la falta de observancia de las medidas sanitarias  recomendadas   obedece al comportamiento de una mayoría o si por el contrario solamente tiene lugar en la indisciplina de grupos aislados. Pero me preocupa , que aún siendo exiguo tal irresponsabilidad, termine por contaminarnos a todos y una nueva ola de  contagios  nos someta a otra crisis sanitaria con las consecuencias que ello tendría en una población exhausta y con un colectivo, el sanitario, al límite de la resistencia. Por no hablar del tiempo que nos costaría salir del pozo inducido de pobreza y depresión.

La observancia de los criterios preventivos no es simple cumplimiento de la legalidad. Es mucho más. Y de mayor trascendencia que una jornada de playa, una  cena con los amigos, la  celebración de un éxito deportivo o social o el comienzo de las vacaciones. A todos nos gustaría disfrutar de  esos momentos que demuestran con profunda nitidez que la felicidad  es efímera y que está conformada por pequeñas sensaciones irremplazables, que en la “normalidad” despreciaríamos pero que en ambientes extraordinarios  suponen tesoros  que nada tienen que ver ni con el dinero ni con el poder. 

¿Y si todo eso se quiebra? ¿Y si la ilusión se pierde, como diría amama Teresa, por “nuestra mala cabesa”?  Seguro que  encontraríamos alguien a quien echar la culpa. Siempre  lo hay. Aunque sea el maestro armero o Rita la pollera

El alcalde de Ordizia, Adur Ezenarro, lo ha encontrado rápidamente. Los “de arriba” que no informan. Le faltó decir que la culpa la tiene Urkullu. 
¡Qué fácil es tirar la piedra y esconder la mano! 

No creo que sea bueno entrar en una pugna  por repartir  responsabilidades, porque,  en el lío no hallaríamos nada positivo. Pero cuando alguien pretende lavarse las manos y responsabilizar a los demás de las “graves” consecuencias  que podría tener la decisión del Gobierno vasco  de permitir acudir a las urnas este domingo  a las personas confinadas” y no positivas de COVID , debería aportar medidas que personalmente estaría dispuesto a asumir y promover para que  tal hipótesis no se produjera. No ha sido así. El primer edil,  con la inestimable asistencia de su partido -EH Bildu-  ha insistido en abonar la tesis de la sospecha  respecto a las elecciones  -no se dan las condiciones sanitarias ni democráticas-  a pesar de que la Junta Electoral validara, en respuesta a un recurso de los de Otegi, las medidas adoptadas por las autoridades sanitarias “para garantizar el derecho a la salud y a ejercer el derecho a voto en Ordizia y la comarca”.

Resulta fácil poner  el grito en el cielo, culpabilizar a los demás de lo que pase, olvidándose, por otro lado,  de que fue  él mismo y su corporación municipal que preside quien permitió  la apertura de establecimientos de ocio  hasta altas -muy altas- horas de la madrugada contraviniendo  lo previsto en el decreto  de “nueva normalidad” establecido por el Gobierno vasco tras la desaparición de la emergencia sanitaria. De esa laxitud en los horarios de ocio, probable foco de encuentros desregulados  nada dice el alcalde de EH Bildu sin que por ello   se le pretenda responsabilizar del brote epidémico surgido en un bar  de la localidad de Goiherri.

No es mi interés incidir en ese aspecto porque creo  que tampoco aquí vale lo del “tú más”, y mucho menos cualquier intento de carroñería política como otros sí han hecho  con la pandemia, con Zaldibar u otras desgracias. 

Las dificultades  que se observan para disciplinar una conducta colectiva a través de las restricciones no es plato de buen gusto para nadie. Pero la seguridad de las personas, la de todos nosotros, nos obliga a  abandonar  la demagogia, y, sobre todo, a que nadie instrumentalice la batalla contra el virus atemorizando a la gente e imputando a los demás oscuras premoniciones. No hay mayor factor motivador de la conducta humana que el miedo y quien lo utilice como factor de ganancia política se convertirá en miserable.

Dicho todo esto es necesario incidir  en la importancia  que tiene que mañana ejercitemos nuestro derecho a voto.  Estamos ante un momento crucial en la vida de este país.  Además, la seguridad  está salvaguardada  con el cumplimiento de las medidas previstas  por las autoridades sanitarias.  Votar será tan seguro para nuestra salud como  acudir al supermercado, tomar un café en una terraza o pasear por la playa o el monte. Idénticas garantías pero mucho más importante. No votar será escurrir el bulto. En su momento  quedarnos en casa propició que parásemos la proyección de la pandemia. 

Fue el inicio de una recuperación. De volver a poner el país en pie. El domingo, quedarse en casa no es una alternativa responsable. Lo auténticamente responsable es ejercitar nuestro derecho a decidir.  Libre y democráticamente. .   

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