Como primera
conclusión del momento político, decir que la determinación de la fecha
electoral fue un acierto. Fuera del estado de alarma y de la emergencia
sanitaria, los comicios se podrán desarrollar con seguridad y libertad. Algo que contrasta
con aquella queja repetida de que “no se daban las condiciones sanitarias ni democráticas para ir a votar”.
Quienes esto decían, pájaros de malos augurios, han pasado página a sus
reproches para centrarse velozmente a la
busca y captura del voto. Amnésicos interesados.
La
segunda lectura que puede hacerse del actual momento electoral es una
percepción doble. Por un lado, la gente no tiene interiorizada en su cabeza una
confrontación partidista. No digo unas elecciones, sino una pugna abierta
entre formaciones distintas que se
pelean por obtener mejores resultados o votos.
Una mayoría de vascos y vascas
no quieren ruido. Bastante incomodidad e incertidumbre han tenido en los
últimos tiempos como para soportar el fragor de una contienda política al uso. Eso no significa que se desentienda de las
elecciones, pero sus prioridades, hoy por hoy son otras. Sus prioridades son la
salud, la seguridad, el empleo, las vacaciones…Dicho esto, también una mayoría
tiene decidido acudir a las urnas el próximo domingo 12. ¿En qué porcentaje? No
lo sabemos, pero los sondeos indican que
será similar al que tuvimos hace cuatro años.
Tercera consideración
vinculada exclusivamente a las formaciones políticas que pugnan por
obtener representación: un grupo de formaciones -EH Bildu y Podemos- coinciden en desarrollar una campaña de acoso al partido gobernante.
Este, el PNV, lejos de entrar en la melé,
procura buscar la movilización para reforzar
su mayoría. Los socialistas por su parte confían en mejorar posiciones impulsados por
el tirón de Pedro Sánchez, y finalmente , la derecha española, mejor dicho el
PP, se juega en estos comicios, el ser o no ser en Euskadi.
EH
Bildu quiere crecer. La ansiedad por medrar le puede y juega un doble papel. Uno, pretende contentar
a su parroquia, siendo el látigo opositor del PNV. Al mismo tiempo, sus estrategas saben que el electorado les
exige moderación y envuelven su propuesta en una imagen edulcorada de celofán.
Ambas campañas intentan convivir para fortalecer una alternativa seria al PNV. Pero los caramelos amargos no suelen
tener éxito, aunque el envoltorio sea brillante.
Los
morados de Podemos han tenido claro desde un principio cual es su mensaje; la alianza de izquierdas. Aunque al personal le resulte inverosímil. Tienen
poca credibilidad su extrema ideologización
les aísla de la realidad. Además,
han perdido el perfil “verde” de Equo.
Difícilmente repetirá resultado.
Los
nacionalistas gobernantes centran su mirada no en la oposición sino en la
participación. De ahí sus esfuerzos por incentivar la movilización del voto. Si
lo consiguen, quizá obtenga resultados históricos.
E
históricos, pero por todo lo contrario, pueden ser los votos que obtenga el
Partido Popular. El pasado martes la imagen de Carlos Iturgaiz calándose una
txapela roja me indujo a confusión. Todavía
hay símbolos en Euskadi que siguen
presentes a pesar del paso de los años. Y es que la derecha tradicionalista siempre
ha exhibido sus lazos históricos con el carlismo más cerril.
Hay que
recordar que si bien el mayor número de integrantes de los “tercios” de requetés provenían de Navarra, en la comunidad vasca también hubo núcleos importantes de carlistas (Arratia, Duranguesado…) Su influencia durante la dictadura fue
notable y su vestigio ha perdurado
sociológicamente por tiempo en este
país.
Los
requetés, alineados con Franco
especialmente por la intervención de Mola,
siempre guardaron un perfil de defensa “foralista” . Tal es así que, cuando las tropas franquistas tomaron Gernika en 1937, se corrió el rumor de que varios
falangistas se disponían a cortar el árbol representativo de las libertades vascas con
hachas por considerarlo un símbolo separatista. Ante ese rumor, el entonces capitán
del tercio requeté de Begoña, Jaime del
Burgo Torres (padre del diputado navarro Jaime Ignacio del Burgo) mandó formar
un escuadrón de boinas rojas armados con el que rodeó el recinto
del árbol e impidió que éste
fuera dañado.
La
txapela que Iturgaiz se caló en campaña,
nada tenía que ver con el carlismo. Ni con el foralismo. Era un guiño festivo. Un “alarde”.
La
derecha española ha abdicado de la moderación y también de sus lazos históricos que ha defendido tradicionalmente en Euskadi. Su deriva, influenciada
por la fundación FAES, ha alimentado una estrategia destructiva que acabará con
su ya exigua representación pública en el País Vasco. El poder central del aparato de Génova , con
la inestimable colaboración de los sectores más radicales vizcaínos
y alaveses , ha desguazado la
estructura del PP vasco forzando no ya
la salida de Alfonso Alonso, sino,
probablemente, la inminente
sustitución de Amaya Fernández por el
hoy candidato a la Lehendakaritza, que tras los comicios autonómicos será el delegado de Casado en Euskadi.
Condenado
todo el cuadro dirigente al ostracismo, escorado el perfil del partido a la
derecha más extrema y convirtiendo la
organización alavesa en un “sálvese el que pueda”, al Partido Popular
Vasco sólo faltaba la puntilla para perder
todo signo de vitalidad. Y esa puntilla llegará, mañana domingo, cuando
de la mano de Casado irrumpa como referente
de la nueva derecha, Inés Arrimadas.
Y lo hará con total desvergüenza
a la sombra del árbol de Gernika, en un acto electoral
que ni los propios soñaban en sus peores pesadillas.
No es
la primera vez que dirigentes populares madrileños visitan Gernika. En
noviembre de 1996 fue Jose María Aznar quien acudió hasta la villa foral en un
encuentro marcado por la inusual relación
de sintonía alcanzada entre el PP y el PNV. El entonces presidente español firmó en el
libro de honor de la Casa de Juntas
mientras su director de comunicación, el siempre locuaz Miguel Ángel Rodríguez
hacía comentarios inapropiados sobre la simbología del momento y la “verdadera épica” no representada “por un roble” sino por “héroes como el Cid campeador”. Recuerdo el
“cabreo” que los comentarios provocaron
en nuestro Juan Carlos Urrutxurtu, encendido
ante tamaña desconsideración y falta de respeto. De aquella visita,
recuerdo algo más. Unas palabras de Aitor Esteban, a la sazón, presidente de
las Juntas Generales y en su caso, anfitrión de la visita. Esteban fue
cuestionado por un periodista si regalaría un retoño del árbol de Gernika a
Aznar. Su respuesta fue, como siempre, rotunda. “No. Primero deberá ganárselo”.
Jamás lo consiguió.
Mañana,
los herederos del mismo Aznar, volverán a posar bajo el nuevo roble de Gernika,
un árbol vigoroso que crece con fuerza y esplendor tras la crisis de sus antecesores. Un símbolo
de libertades cuya grandeza estriba en dar cobijo a todos, incluidos los negacionistas de su rango
genuino diferencial. Alrededor de un
roble de la misma especie, se reunieron
por siglos vizcainos que determinaron los rasgos más señalados de su convivencia.
Una asamblea regulada por una legalidad o fuero que limitaba los derechos y libertades de sus
representados. Un sistema político
diferente. Ni mejor ni peor. Distinto. Cuya esencia, una mayoría de la ciudadanía de este país desea recobrar y actualizar. La Constitución
española los denomina “derechos históricos” que “ampara” y “respeta”. Pero los
“constitucionalistas” de nuevo cuño los ignoran, desprecian y califican de
“privilegios” que se han comprometido en
abolir.
Eso no
obsta para que, con toda la desvergüenza
del mundo, y para proclamar su ”santa
alianza” de las derechas hispanas, se
retraten en Gernika con despecho y atrevimiento. El electorado vasco, con su capacidad de discernir quien le
representa mejor, sabrá premiar o
castigar el comportamiento de cada cual.
La solución la veremos el próximo día 12. Pero suena a velatorio. Con la
txapela naranja.
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