Atribuía Platón a Sócrates la cita “solo sé que no sé nada”. Y cada día que pasa, me vuelvo más socrático. Estoy convencido que no tengo ni idea de muchísimas cosas. Y es bueno reconocerlo, porque, sensu contrario, me convertiría en uno de esos indeseables “tolosabe” que repatean por pazguatos y denterosos.
Reconozco que durante años he cultivado una serie de conocimientos livianos que dan el pego pero que sirven para poco. Quizá para jugar al “trivial” y nada más. Es lo que yo denomino “cultura basura”. Fondo de saber que da el pego y el cante.
Mis limitaciones son muchas pero tengo un factor que intenta compensar ese déficit; la curiosidad. Gracias a ella suelo preguntarme cosas insustanciales. Por ejemplo, leía en un periódico el titular “La moción de censura de Abascal pone en un brete a Casado”.
Ni Casado ni Abascal, y mucho menos la “moción de censura” llamaron mi atención, pero si el “brete”. ¿Qué es un brete?. Encontré la respuesta a mi inquietud en el “increíble doctor Pol”, el televisivo veterinario de Michigan que tan ponto atiende el parto de una vaca o desparasita un cerdo vietnamita. El brete es una herramienta utilizada por los ganaderos para inmovilizar a los animales. Se trata de una especie de empalizada que se va estrechando hasta un punto en el que el vallado impide, por presión, el avance de la res. Así, con el bicho controlado y paralizado se le puede explorar sin riesgo de que cornee, cocee o muerda. De ahí la expresión popular de “estar o poner en un brete”, estar en una situación de presión y de inmovilización. Como diría un buen amigo, de situarse entre “la espalda y la pared”-.
El show del médico de animales que se emite en un canal televisivo temático, -y del que ya he hablado en algún otro comentario- me ha permitido ampliar mi cultura escombrera. Jamás hubiera pensado que existieran herramientas y artilugios muy útiles y al tiempo extraños. Verdaderamente insospechados. ¿Qué es un “puro”?. Seguramente, la inmensa mayoría contestaría que un puro es un cigarro. Un envoltorio de tabaco que se fuma y cuyos exponentes más afamados provienen de Cuba.
Afirmativo. Ahora bien, si cuando hablamos de “puro” vinculamos tal concepto a los caballos, ¿de qué hablamos? Abascal seguro que lo sabe. En el ámbito ganadero, especialmente en la cría de reses, el “puro” también se denomina “arcial” y su imagen es la de un mango de madera con una correa en el borde que se retuerce en el labio superior de los equinos para posibilitar su inmovilización. Con él se hace una especie de torniquete que, al contrario de lo que pudiéramos pensar, tiene una especie de función anestésica, sirviendo para calmar el brío a los caballos encabritados. Según los expertos, se les “tranquiliza” retorciéndoles el morro. Su aplicación parece un tanto dolorosa, pero según el veterinario televisivo, los jamelgos no sufren. Al contrario, se serenan. Ya tranquilizaría yo a más de uno con un puro bien retorcido.
Otro artefacto que he descubierto atendiendo a esa curiosidad inservible que me corroe es el espéculo. Del latín “speculum, espejo”, en medicina se denomina así a un instrumento utilizado para realizar exámenes o procedimientos diagnósticos y terapéuticos en cavidades corporales manteniendo abiertos sus orificios de entrada. El veterinario de la tele echa mano del espéculo para mantener abierta la boca de animales (caballos, cabras, perros) y así poder practicarles curas o intervenciones quirúrgicas en las cavidades bucales o en la garganta.
No sé por qué, pero aquel trasto me cayó antipático. Mucho más al sexo femenino, pues la mayoría de las mujeres lo aborrecen, al padecer sufridamente su manipulación a cargo de médicos y matronas en evaluaciones y exámenes ginecológicos.
Si el espéculo parece un utensilio salido de una cámara de tortura, el siguiente le acompaña en la sala de los horrores. Se trata del emasculador. Se trata, simple y llanamente de un cortahuevos. Una especie de tenazas con las que se castra a los machos de determinadas especies animales para evitar la producción de adrenalina y favorecer su amansamiento. Adrenalina y mucha testosterona la derrochada estos días pasados en el circo madrileño. Machos alfa en plena berrea acusando a las mujeres de ser “floreros” y lamentables intromisiones en la privacidad de la gente como si fuera un reality casposo. Todo ello, que paradoja, en el mismo momento en el que se hacía pública la declaración más importante del jefe de la Iglesia católica en relación a la homosexualidad y su reconocimiento legal. El Papa progre y los “cruzados” españoles en el integrismo más rancio. ,
Mis inquietudes socráticas por ampliar mi exiguo conocimiento, se produjeron durante las sesiones parlamentarias en las que la extrema derecha española exhibió su destructiva ideología de fanatismo e intolerancia. Visto lo visto y oído lo oído, al iracundo alumno de Steve Bannon, le habría venido bien pasar por el brete o probar el “puro” –no ya el emasculador- para serenar su carácter y amansarlo.
La definición de estos dos días de bochorno fue “patochada”. Según el diccionario de la academia de la lengua, su significado es el de “disparate, despropósito, dicho necio o grosero”. Y eso, exactamente es lo que ocurrió en el Congreso de los diputados en la escena protagonizada por Santiago Abascal, el “Leónidas” ultra de los espartanos de VOX, que pretendió convertir el parlamento en una performance insidiosa, lamentable y estéril. Una burla democrática perfectamente definida como “patochada” por el portavoz del Grupo Vasco, Aitor Esteban, quien nuevamente se convirtió en referencia obligada como exponente de elocuencia y dignidad parlamentaria.
Patochada con ribetes de irresponsabilidad. Inconcebible en una situación de emergencia sanitaria y económica como la que padecemos. El espectáculo de gamberrismo político al que hemos asistido no tiene un pase. Y de lo poco positivo que podemos observar del episodio delirante transcurrido cabe resaltarse la respuesta de Casado a la opción de la derecha extrema. El “hasta aquí hemos llegado” sonó convincente pero nos falta la certeza de comprobar que el corte dado por el PP a VOX es real y no solo cortoplacista. Habrá que esperar para cerciorarnos de que la derecha española rompe con la alternativa carpetovetónica y se sitúa en un nuevo escenario más acorde con el papel de los conservadores y liberales europeos. A esperar, pero escépticos.
La reactivación de la pandemia en todo nuestro entorno -Europa entera vuelve a estar atacada por una ola creciente de infecciones- debe obligarnos a actuar con celeridad y energía. Los gobiernos, las administraciones públicas deben mostrarse eficaces a la hora de abordar medidas preventivas que impidan un colapso de los sistemas sanitarios. La relajación de las conductas sociales ha provocado el fortalecimiento de la enfermedad que día a día gana terreno poniendo en riesgo la integridad y la vida de la ciudadanía. La situación no es ninguna broma y no hay tiempo que perder para volver a situar una barrera protectora que impida el desbordamiento del virus.
La cifra de contagios, la progresión de la contaminación comunitaria nos obliga, querámoslo o no a someternos a nuevas restricciones. Dolorosas medidas que resultan imprescindibles aplicar para ser eficaces y salvar vidas. Actuaciones excepcionales que el Gobierno vasco solicitó validar preventivamente -para evitar que un recurso judicial paralizase su puesta en marcha.
La situación de emergencia aconsejaba actuar con seguridad y rapidez para intentar cortar la expansión de los focos de infección. Rapidez que no ha sido entendida por la administración de justicia que ha agotado su tiempo procedimental en una dilación difícilmente entendible.
Por no hablar del fondo de sus conclusiones, en abierta contradicción con otros pronunciamientos llevados a cabo por tribunales análogos territorialmente. Dicen que la justicia debe ser ciega por equitativa. Lo que no puede ser es lenta.
Ante el pronunciamiento del TSJPV, el Gobierno vasco ha extremado su prudencia a la hora de establecer nuevas medidas restrictivas que arrinconen a la propagación del virus. Busca seguridad jurídica para aplicar sus propuestas. Quizá sería más efectivo aplicarlas coercitivamente. Pero, a tenor de la respuesta judicial obtenida, no parece apropiado hacerlo. La prudencia también es un valor, aunque los de siempre, los que lo arreglan todo con ruedas de prensa, acusen a las autoridades de inacción o de actuar tarde. Responsabilidad propia, cero. Exigencia a los demás, toda. Otra “patochada”.
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