Creo recordar que fue Luis María Anson quien en una entrevista publicada hace una partida de años se reivindicó como militante monárquico. El hoy octogenario escritor conservador español justificó su activismo llevándolo a los años del régimen franquista en los que la adhesión a la causa borbónica la expresaba sutilmente a través de su indumentaria. Anson reveló en aquella entrevista que su incondicional apoyo a “don Juan” (padre del “emérito”) se expresaba sibilinamente en la vestimenta que habitualmente portaba.
En todo caso, los monárquicos de aquella época debían ser muy pocos y su presencia pública no emergió hasta que el “caudillo” determinó su sucesión. Con el retorno de la monarquía al Estado español de la mano de Franco y su ulterior legitimación constitucional sin testeo ciudadano, los pocos monárquicos que hasta entonces existían y quienes siendo republicanos pactaron el marco de la carta magna, se convirtieron al “juancarlismo”.
Durante años, el pacto de la transición y el hecho de que el rey fuese la cabeza visible de las fuerzas armadas, encomendadas por la Constitución para salvaguardar la unidad “indisoluble” de España, permitió una sobreprotección pública de la jefatura del Estado. Sin embargo, ni la opacidad generalizada construida en torno a la Zarzuela o la artificial imagen creada de un monarca “campechano” y “popular, consiguió calar mayoritariamente entre la gente. Ni tan siquiera cuando el papel de Juan Carlos I fue reconvertido a los ojos del gran público , presentándole como “salvador de la democracia” tras el golpe del 23-F.
Con el conocimiento de los desmanes e irregularidades en la familia real, los casos de corrupción y el levantamiento en parte del escudo periodístico que protegía a los moradores de la Zarzuela, la crisis monárquica se ha ido agudizando en los últimos años. La abdicación de Juan Carlos I y su posterior salida del territorio tras nuevos escándalos conocidos, han llevado a la institución monárquica a un descrédito creciente, una sensación que no es nueva en el Estado español en lo que a su representación coronada se refiere.
Si las actitudes “irregulares” y sospechosas de corrupción minaron la reputación del hoy “emérito”, los errores políticos de su heredero llevan camino de profundizar la crisis de una institución cada vez más contestada.
La Constitución española del 78 que incorporó la monarquía sin consulta popular, reserva al rey exclusivamente el papel de “árbitro” en el funcionamiento de las instituciones del Estado. Rol que, cuando menos, el actual monarca vulneró en su pronunciamiento del 3 de octubre de 2017 en relación al “procés de Catalunya”, y que ha malinterpretado recientemente al dejar constancia de su malestar ante la decisión del gobierno de Pedro Sánchez de evitar su presencia en un acto protocolario judicial en Barcelona. Ni arbitraje, ni moderación.
Felipe VI o sus asesores de la Casa Real no acertaron en ambas ocasiones desequilibrando el perfil de un jefe de Estado que como la mujer del césar no sólo debería ser neutral en el ámbito político, sino también esforzarse en parecerlo.
Los dos errores cometidos hasta ahora llevan camino de ser tres. En los últimos días estamos observando, en el enfangado escenario de la política española, un interés creciente por parte de los partidos de derechas –del PP y de VOX- por vincular su estrategia de acoso al ejecutivo estatal con la apropiación de la imagen del monarca y su supuesta defensa pública. Esta patrimonialización de la jefatura del Estado convierte al rey en un fetiche, identificando su figura con los valores de unidad, españolidad y “orden” con los que se presentan públicamente Casado y Abascal. Ese afán de identificación y de apropiación de la institución pretende, de facto, monopolizar la imagen del rey. Solo ellos –PP y VOX- defienden al rey. Solo ellos combaten a quienes pretenden derribarlo. Esta asociación de ideas, de imágenes y de consignas no es nuevo. Los retratados en la foto de Colón han utilizado la misma técnica excluyente con la Constitución o con tantos otros elementos comunes.
El pasado jueves, el Congreso de los diputados votaba una moción presentada por los populares de Casado que solicitaba la reprobación del vicepresidente Pablo Iglesias y el cese del ministro Garzón. La petición de censura se justificaba, según los proponentes, por los ataques a la corona y las “groseras acusaciones” contra el jefe del Estado.
El texto de la iniciativa que bien lo pudiera haber escrito , por su estilo barroco, el Anson que dirigió de “ABC”, contenía citas apocalípticas tales como “la tala de las vigas maestras del Estado de Derecho y el asedio a la independencia de las instituciones han sido el pan de cada día de la vida pública española desde la investidura de un presidente del Gobierno que, tras su victoria democrática en las urnas, decidió libérrimamente echarse en brazos de todos los enemigos de la España Constitucional”.
La moción que recordaba la retórica del infausto NODO, o las arengas de aquel colectivo “Almendros” que editorializaba en “El alcázar”, buscó, una vez más, identificar a los “buenos patriotas” –defensores de Felipe VI- frente a los “malos españoles” que “han declarado abiertamente la guerra contra la continuidad histórica de la nación española”.
Como cabía esperar, el disparate parlamentario salió derrotado en medio de un debate bronco, hilarante y poco estimulante. Una vez más, perdió Casado y su PP, pero, en segunda derivada, la derrota también afectó al jefe del Estado. Y he aquí su tercer error. Salvo que Felipe IV coincidiera con el sentir expresado por el PP, la Casa real debería haber evitado este ejercicio de confrontación. El propio rey o sus altos funcionarios deberían haber pedido respeto a su institución evitando que unos la utilizaran contra otros. Deberían haber exhortado a Casado que no utilizara el nombre del rey en vano recordándole que el papel de la corona es el de representar a todos por igual y no solo a los le dan “vivas” en público. Pero Zarzuela, nuevamente calló y dio pábulo a quienes instrumentalizaron su silencio como un apoyo explícito.
Paralelamente, la fundación “Libres e iguales” , cuya cabeza visible en este momento es Cayetana Álvarez de Toledo, insertaba en redes sociales un video en el que 183 personajes de la sociedad española se comprometían del lado de la monarquía dando vítores a favor del rey de España en la conmemoración del 12 de octubre, fiesta “nacional”. En el documento audiovisual coincidían figuras de la política (Rajoy, Casado, Arrimadas, Abascal, García Page, Corcuera) ; de la cultura (Boadella, Plácido Domingo, Vargas Llosa), de la comunicación (Jimenez Losantos, Carlos Herrera, Hermans Terstch) o personajes como Rivera Ordoñez, Belén Esteban o Joseba Arregi entre otros. Rostros conocidos y comprometidos con una causa común; “'Viva el Rey', 'Viva la Constitución' y 'Viva España'”. Salvando las distancias, son los “ansones” de nuestro tiempo, los exponentes del nuevo “VERDE”. Un “VERDE” chillón.
No seré yo quien les niegue legitimidad o derecho a sentir o expresar lo que libremente estimen. Las ideas, las creencias se defienden como expresión genuina del convencimiento de cada cual. No como ariete de confrontación ni con intención agredir a sentimientos ajenos.
Sin embargo, en ocasiones, y esta es una de ellas, da la sensación que los vítores y las aleluyas a la monarquía no son sino una instrumentalización política de quienes no admiten ni la diversidad, ni la pluralidad de un Estado plural y diverso. De ahí que algunos creamos que tal estrategia, lejos de beneficiar al monarca y al régimen constitucional que le ampara, los debilita notablemente. Desconozco si sus promotores son conscientes del efecto de su estrategia ya que su grito de “Viva el rey” se está convirtiendo, por pura reacción, en un “Jaque al rey”.
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