Al norte de la frontera de que dibuja Ciudad Juárez, a unos doscientos kilómetros adentro del estado norteamericano de Nuevo México, se encuentra una pequeña localidad de apenas seis mil habitantes. Entre cactus y llanuras polvorientas, aquella aldea tomó su nombre original de las aguas termales que emergían en su suelo –Hot Springs- . Pero los habitantes de aquel enclave, aburridos de su rutina y de su falta de proyección -los balnearios eran el único valor que les generaba actividad económica- decidieron dar un giro a su existencia. Movidos por un concurso radiofónico de la época, decidieron cambiar de nombre a su municipio. Lo llamaron como el título de aquel espacio de variedades emitido por la NBC; “Truth or Consequences” – Verdad o consecuencias.
El magazín radiofónico, de notable éxito en la audiencia estadounidense, se presentaba como un concurso en el que se ponía a prueba la sinceridad y la capacidad de respuesta de un invitado. Un locutor lanzaba al participante varias preguntas que debía contestar en breve espacio de tiempo. Si el concursante no daba las respuestas acertadas –la “verdad”-, se le sometía a pruebas a modo de castigo de difícil superación y que en más de una ocasión llegaban al ridículo –“consecuencias”- .
Un buen día de 1950, el conductor de este programa prometió una importante dotación económica y emitir en directo el espacio radiofónico durante todas las primeras semanas del mes de mayo de los años sucesivos en el pueblo que renunciara a su denominación y adoptase el nombre del programa.
Los vecinos de Hot Springs no lo dudaron y adoptaron por mayoría el nuevo nombre de su pueblo, “Truth or Consequences” – “Verdad o consecuencias”. Desde entonces, durante la primera semana de mayo de cada año se ha seguido con la tradición de la emisión del show radiofónico al que le acompaña una cabalgata y un concurso de belleza dentro de una celebración que se denomina “Fiesta”.
Pese al cambio de nombre, y del impacto publicitario del momento, aquel poblado de Nuevo México sigue siendo un rincón polvoriento, rodeado de cactus con aguas termales explotadas en balnearios y hoteles en los que la limpieza parece brillar por su ausencia, a tenor de las críticas que los usuarios han dejado en sus comentarios de internet.
La historia y la anécdota son muy norteamericanas. Pero real como la vida misma. Al norte de Truth or Consequences, siguiendo por la ruta 25 y a treinta kilómetros de esta población , en el mismo estado de Nuevo México nos espera a otra localidad con curiosa toponimia; “Socorro”. Pero ese tránsito y esa historia la seguiremos otro día.
Decir la verdad o mentir trae siempre buenas o malas consecuencias. Expresar con veracidad lo que ocurre, a veces, suele resultar incómodo. Pero es mejor eso que engañar. Ocultar la verdad suele pasar factura a quien lo hace. Aunque en una primera instancia salga airoso de la patraña, a la larga, el embuste termina por fagocitar al impostor.
Perder un millón de votos en el tránsito de cuatro años de elecciones es un problema muy grave para un partido político. Significa que la confianza que muchísima gente tenía en esa formación se ha esfumado. Que el electorado, la gente corriente llamada a votar, se ha sentido abandonada y defraudada por quienes representan a esa sigla. Y en esa circunstancia, lo peor que pueden hacer sus dirigentes, es hacer como si nada hubiera pasado.
Esa es la verdad de lo que le ha pasado a Ciudadanos, un partido que se merendaba el mundo y que ahora no se come un colín.
Mirar para otro lado, como han hecho sus dirigentes, acusando a la “abstención” de sus nefastos resultados, es demostrar que son unos zombis de la política. Que la “naranja mecánica” se acabó. Como se acabó UPyD y los populismos facilones de mecha corta y visión democrática escasa. Los jacobinos españolistas, presuntos defensores de la igualdad y en realidad impulsores de uniformidad y del unionismo, cerraron página, capítulo y libro. El “invento” del Íbex-35, nacido para “espabilar” a Rajoy y al PP con la amenaza de una alternativa más “moderna” y europea, ha fenecido. Sin éxito. Y destruyendo el espacio del “centro-derecha” español.
Idéntico camino lleva el Partido Popular de Pablo Casado. La debacle de su organización en Catalunya no tiene parangón (sólo en Euskadi). Los populares han cosechado los peores resultados electorales de su historia en Catalunya. Y, al parecer, la culpa de esa hecatombe, a juicio de sus mandamases, la tiene una confabulación en la que han participado Bárcenas, la fiscalía, el Gobierno de Sánchez y los medios de comunicación. El fallo siempre es achacable a los demás. Nunca a uno mismo.
Resulta infantil el argumento expresado por los dirigentes del PP para explicar su naufragio catalán. Pero si la falta de autocrítica parece ridícula, las contramedidas utilizadas como cortina de humo son aún más irrisorias. Vincular el fracaso a un pasado que se pretende olvidar anunciando el abandono del PP de su sede de Génova recuerda a una parodia de Tip y Coll. Humor absurdo. Entre otras razones porque desde el batacazo electoral de mayo del 2019 –comicios generales- la merma económica de ingresos en los populares (más de 8,5 millones de euros) les obligó a llevar adelante un ERE entre su personal, barajando desde entonces la venta de su sede madrileña como única salida para afrontar el delicadísimo déficit en el que vivían.
Lo que nadie dice, y es donde deberían centrar sus análisis, es que buena parte de la zozobra del PP surge de la foto de Colón y del efecto imán que ha tenido VOX en su mundo. Los de Abascal han sido como el parásito que ha crecido y se ha alimentado del PP y de Ciudadanos, para convertirse -al menos ahora en Catalunya- en la referencia mayor de la derecha hispánica. Mientras Casado no se dé cuenta de ese efecto, mientras no busque aguas centristas de moderación y de acuerdo para volver a ser útil a la política, seguirá perdiendo.
La verdad de las elecciones catalanas es que ese punto de moderación, de templanza y de diálogo, lo ha interpretado Salvador Illa, que ha visto recompensado por el electorado tal imagen. La victoria parcial del PSC es innegable. Como lo es el hecho de que el soberanismo en tres texturas –ERC, JxC y CUP- se ha visto reforzado, tanto en porcentaje de votos como en número global de escaños. Los socialistas, pese a ese premio de liderar el ranking, no gobernarán, o cuando menos, no formarán parte de un gobierno catalán, que no es lo mismo.
El liderazgo de la Generalitat corresponderá a Esquerra. Si los postconvergentes no se hubieran fraccionado, si los intentos por controlar ese movimiento no hubieran generado la ruptura, JxC sería la primera fuerza en escaños del Parlament, y, seguramente, la organización que presentara candidatura a la presidencia de la Generalitat. Pero, las luchas de poder, los controles que dividen fuerzas, han penalizado a todos. Y esa verdad también debería ser asumida tanto por Puigdemont como por Bonvehí.
Los Republicanos intentarán formar gobierno. Será muy distinto lo que les gustaría hacer y lo que finalmente hagan. Probablemente se quedarán a medias. Intuyo que el peaje que les intente poner tanto las CUP como JxC para conformar un ejecutivo estrictamente soberanista será difícil de asumir para los de Pere Aragonés. Salvo que Esquerra quiera quedar con las manos atadas en un govern en el que los extremos decidan más que el mayoritario. El maximalismo, a veces, es factor de desacuerdo. Por eso, optar por un gobierno “hiperventilado” puede que colme la pasión, pero gobernar es mucho más que sentimiento. También es efectividad y acuerdo. De ahí que, con los antecedentes que se observan, no se descarte la constitución de un gobierno en minoría (ERC-En Comú Podem) que busque apoyos puntuales en uno u otro lado del espectro parlamentario. Esa fórmula puede que le interese al PSE (que garantizará el acuerdo de ERC a Sánchez) y a Junts per Catalunya, que podría propiciar un desgaste paulatino de los republicanos hasta el momento que le consideren “fruta madura” para hacerlos caer y propiciar su sorpasso. Si ese intento minoritario también fracasara, Catalunya volvería a las urnas.
La única verdad constatable es que con la mayoría soberanista incrementada, el problema nacional de Catalunya –el problema territorial en el Estado- sigue pendiente y en carne viva. Cerrar los ojos al mismo será un ejercicio de irresponsabilidad política que no servirá sino para agudizar aún más la situación. Verdad y consecuencias. Así de claro.
Menudo fregado.Demasiados vectores opuestos para definirr una direccion consensuada.Todo es posible en política, pero hasta ahora han demostrado tener una boca muy pequeña para tragar sapos tan gordos.
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