sábado, 13 de marzo de 2021

LOS APUROS DE UN BOTIJO EN ALTA MAR

Lo decía hace un par de semanas; “la política “líquida” ha vuelto a las andadas  y la incertidumbre envuelve el escenario político español”.  Las desavenencias  entre los partidos coaligados  en el gobierno, las desventuras  de las formaciones de la derecha  en beneficio de los ultras y la inestabilidad catalana, nos conducían a un panorama  no por conocido  indeseable. 
 

La teoría del dominó, también calificada de “bola de nieve” establece la sucesión de una serie de acontecimientos  provocados consecutivamente como reacción  en cadena a una primera causa. En política internacional se entendía que cuando una determinada ideología se hacía con el poder de un país, esa misma ideología se expandiría inmediatamente  por los países de alrededor. Esta conjetura, surgida durante la “guerra fría”  fue atribuida a Eisenhower y tuvo su referencia  en la propagación del comunismo tras la finalización de la segunda guerra mundial. Su  freno fue la creación de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) y la puesta en marcha del Plan Marshall.

 

En el Estado español, el último “efecto dominó” comenzó  por la astucia de Pedro Sánchez  quien sabedor de irresistible situación de debilidad en la que se encontraba  Inés Arrimadas y Ciudadanos tras la debacle electoral de Catalunya, ideó un movimiento  táctico  para ofrecer a los “naranjas”  una opción que les desmarcara  de su alianza con la derecha. Una asociación  que le había llevado a perder toda su influencia  y su imagen de organización  equilibrada en el centro político.  Sánchez , con la intermediación de Ábalos, ofreció a Arrimadas  desbancar del poder al PP en Murcia –el territorio bandera de Teodoro García Egea- brindándole, además del escaparate gratuito para publicitar su cambio de agujas hacia el centro, la presidencia de la comunidad autónoma, una representación inimaginable en la actual situación de Ciudadanos.

 


El “aleteo de una mariposa” en Murcia provocó un terremoto en todo el mapa político peninsular (salvo en Euskadi). Los cimientos de la colación  del PP y Ciudadanos se resquebrajaron  de raíz y como consecuencia, Isabel Ayuso, la desconcertante presidenta madrileña, decidió  cesar  a los discípulos de Arrimadas y disolver  el parlamento autonómico, convocando elecciones para el día 4 de mayo. El seísmo, cuyo epicentro inicial se encontraba en Murcia, tuvo más réplicas. A la  reacción  instintiva de Ayuso, le siguió  la presentación de mociones de censura  en la misma comunidad, unas iniciativas  que buscaban retrasar  la cita electoral, ganando tiempo  para fundamentar una nueva candidatura  que reforzara una descabezada alternativa de izquierda en Madrid. A ese  mismo carro se sumaron los socialistas de Castilla-León que, aprovecharon el viaje, porfiando a que los votos de Ciudadanos les posibilite  su pretensión de cambio de gobierno  en esa comunidad.

 

La incertidumbre  de “movimientos tectónicos”  llegó hasta Andalucía donde se había especulado con el interés de su presidente, Moreno Bonilla, por anticipar  los comicios andaluces ante la división socialista (“susanistas” vs “sanchistas”) y  la más que probable desaparición de Podemos en detrimento de  los anticapitalistas de Teresa Rodríguez.  Pero, por el momento,  y solo por ahora,  la amenaza de adelanto electoral  no se ha visto cumplida.

 

El intento de Arrimadas por encontrar un poco de oxígeno para su formación, al margen de las consecuencias  políticas e institucionales  vistas, ha tenido diferente impacto  en su formación, cuya fragmentación advierte  una fase previa a la disolución. Por un lado, los “riveristas”  que con Cayetana Álvarez de Toledo se encontraban cómodos en la estrategia de la “foto de Colón”,  han reclamado un congreso extraordinario para descabalgar a la actual dirección. Este  grupo, que el PP pretende “pescar”  ,  cree que Ciudadanos ha dejado de ser una opción para “regenerar España” y  se ha convertido en “una gestoría”. Otro  sector, satisfecho con los resultados obtenidos en sus alianzas con el PP, no tendrían inconveniente en aceptar  la invitación  de asimilación por el partido de Casado y, finalmente,  el núcleo fiel a Inés Arrimadas, persevera en su intención de seguir  liderando una oferta política independiente. Aferrarse  a la dirección aunque sea de un partido zombi, es decir muerto en vida.

 

El anticipo electoral promovido por Ayuso ha tenido también –y tendrá- sus consecuencias internas en el Partido Popular. El inusitado protagonismo de la política madrileña  ha interferido de lleno en el “viraje al centro” anunciado por Pablo Casado cuya estrategia de “aggiornamento”, puede haber sido abortada  al poco de iniciarse. Ayuso  es la antítesis de la moderación. Representa  una actualización del “aznarismo”  y del populismo de Esperanza Aguirre.  Una genuina expresión  del “trumpismo”  castizo  de chotis y chulapos capaz de aglutinar en su entorno a un espectro sociológico que va de la extrema derecha hasta  clases “populares” indignadas por  las restricciones, el cierre de la hostelería, pasando por el “pijismo”  del barrio de Salamanca.

 

Ayuso no necesita explicar que no pertenece al PP del pasado.  Es otra cosa. Y si su apuesta  electoral, apoyada –no lo olvidemos-   por Miguel Ángel Rodríguez y su “brunete mediática”, prosperase, Casado  encontraría en la joven líder madrileña a un “alter ego” que podría disputarle su puesto al frente del Partido Popular.  Así que se preparen en Génova 13  porque si  el futuro se les presentaba  plagado de incógnitas, la nueva coyuntura  incorpora aún más enigmas.

 

Otro  de los elementos que añade incertidumbre al panorama, aunque  de raíz distinta,  es la dinámica catalana en torno a la formación de un ejecutivo en la Generalitat. Las últimas informaciones conocidas  apuntan a la existencia de dificultades en torno a la confluencia de  intereses entre  ERC, JxC y las CUP.  En todo caso, la conformación de una mayoría soberanista, con una nueva hoja de ruta  de camino  a la República Catalana  impedirá cualquier  opción de apoyo o de acuerdo de quien gobierne en Barcelona y quien lo hace  en la Moncloa. Resultaría  de difícil  encaje. Y con más razón  tras  el regreso de los presos del procés a la prisión como consecuencia de la intervención de la fiscalía y la aprobación del “suplicatorio” a Puigdemont, Comin y Ponsatí en el Parlamento Europeo.

 

Con todo, parece que el problema nacional de Catalunya sigue  instalado en un bucle de enormes complicaciones.

 

Este maremagnum acontece sin que el enfrentamiento entre los socios de gobierno en Moncloa haya cesado o cuando menos, se haya atemperado. Las espadas siguen en todo lo alto  y el malestar por las “deslealtades” que unos y otros se acusan, sigue estando presente.  Los de Pablo Iglesias insisten en su estrategia de la tensión. Sólo desde la “presión” se consiguen objetivos. Y ese tensionamiento consume la paciencia de la militancia socialista que no dudaría un minuto en desalojar de una patada a los morados del poder. Pero  Sánchez sabe que no se puede gobernar con las tripas. Por eso, tiempo al tiempo.

 

Una filtración interesada nos dejó  una supuesta confesión de la vicepresidenta Carmen Calvo a sus colaboradores; “preparémonos para elecciones en octubre”. Es pronto para aventurar una fecha, pero  ya no hay nadie que no contemple el fin del ejecutivo de coalición y un nuevo paso por las urnas.  ¿Cuándo se producirá? Algunos señalan que  cuando Europa reclame formalmente una reforma de las pensiones y se posicione en contra de la derogación de la legislación laboral. Ese será el momento  en el que Pablo Iglesias  diga el “hasta aquí hemos llegado”. 

 

Otra cosa será ir a  votar. Sánchez, en mitad del caos político y de la azarosa situación de los partidos de oposición, necesita  algún “triunfo” con el que engordar su prestigio.  Y eso dependerá de la reducción del paro, de que la inversión de los fondos europeos cree empleo (rehabilitación  viviendas, eficiencia energética…)

 

Con esa baza y la debilidad de los oponentes, Pedro Sánchez despejará la margarita para lanzarse a una campaña que intentará  hacer pivotar en dos únicas alternativas; la que él representa y la de la derecha  liderada por VOX. Polarización a tope, emulando el caso Macron-Le Pen. Achique de espacios para rentabilizar al máximo la posición. 

 

La perspectiva que  se nos dibuja en el horizonte no puede ser más desalentadora. La acción  política en el Estado puede resumirse en un dicho: los apuros de un botijo en alta mar.  Más nos vale estar atentos a la marejada, porque cualquier movimiento de ficha puede hacer que el botijo se hunda. Que no salpique.

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