La teoría del dominó, también calificada de “bola de nieve” establece la sucesión de una serie de acontecimientos provocados consecutivamente como reacción en cadena a una primera causa. En política internacional se entendía que cuando una determinada ideología se hacía con el poder de un país, esa misma ideología se expandiría inmediatamente por los países de alrededor. Esta conjetura, surgida durante la “guerra fría” fue atribuida a Eisenhower y tuvo su referencia en la propagación del comunismo tras la finalización de la segunda guerra mundial. Su freno fue la creación de la Organización del Atlántico Norte (OTAN) y la puesta en marcha del Plan Marshall.
En el Estado español, el último “efecto dominó” comenzó por la astucia de Pedro Sánchez quien sabedor de irresistible situación de debilidad en la que se encontraba Inés Arrimadas y Ciudadanos tras la debacle electoral de Catalunya, ideó un movimiento táctico para ofrecer a los “naranjas” una opción que les desmarcara de su alianza con la derecha. Una asociación que le había llevado a perder toda su influencia y su imagen de organización equilibrada en el centro político. Sánchez , con la intermediación de Ábalos, ofreció a Arrimadas desbancar del poder al PP en Murcia –el territorio bandera de Teodoro García Egea- brindándole, además del escaparate gratuito para publicitar su cambio de agujas hacia el centro, la presidencia de la comunidad autónoma, una representación inimaginable en la actual situación de Ciudadanos.
El “aleteo de una mariposa” en Murcia provocó un terremoto en todo el mapa político peninsular (salvo en Euskadi). Los cimientos de la colación del PP y Ciudadanos se resquebrajaron de raíz y como consecuencia, Isabel Ayuso, la desconcertante presidenta madrileña, decidió cesar a los discípulos de Arrimadas y disolver el parlamento autonómico, convocando elecciones para el día 4 de mayo. El seísmo, cuyo epicentro inicial se encontraba en Murcia, tuvo más réplicas. A la reacción instintiva de Ayuso, le siguió la presentación de mociones de censura en la misma comunidad, unas iniciativas que buscaban retrasar la cita electoral, ganando tiempo para fundamentar una nueva candidatura que reforzara una descabezada alternativa de izquierda en Madrid. A ese mismo carro se sumaron los socialistas de Castilla-León que, aprovecharon el viaje, porfiando a que los votos de Ciudadanos les posibilite su pretensión de cambio de gobierno en esa comunidad.
La incertidumbre de “movimientos tectónicos” llegó hasta Andalucía donde se había especulado con el interés de su presidente, Moreno Bonilla, por anticipar los comicios andaluces ante la división socialista (“susanistas” vs “sanchistas”) y la más que probable desaparición de Podemos en detrimento de los anticapitalistas de Teresa Rodríguez. Pero, por el momento, y solo por ahora, la amenaza de adelanto electoral no se ha visto cumplida.
El intento de Arrimadas por encontrar un poco de oxígeno para su formación, al margen de las consecuencias políticas e institucionales vistas, ha tenido diferente impacto en su formación, cuya fragmentación advierte una fase previa a la disolución. Por un lado, los “riveristas” que con Cayetana Álvarez de Toledo se encontraban cómodos en la estrategia de la “foto de Colón”, han reclamado un congreso extraordinario para descabalgar a la actual dirección. Este grupo, que el PP pretende “pescar” , cree que Ciudadanos ha dejado de ser una opción para “regenerar España” y se ha convertido en “una gestoría”. Otro sector, satisfecho con los resultados obtenidos en sus alianzas con el PP, no tendrían inconveniente en aceptar la invitación de asimilación por el partido de Casado y, finalmente, el núcleo fiel a Inés Arrimadas, persevera en su intención de seguir liderando una oferta política independiente. Aferrarse a la dirección aunque sea de un partido zombi, es decir muerto en vida.
El anticipo electoral promovido por Ayuso ha tenido también –y tendrá- sus consecuencias internas en el Partido Popular. El inusitado protagonismo de la política madrileña ha interferido de lleno en el “viraje al centro” anunciado por Pablo Casado cuya estrategia de “aggiornamento”, puede haber sido abortada al poco de iniciarse. Ayuso es la antítesis de la moderación. Representa una actualización del “aznarismo” y del populismo de Esperanza Aguirre. Una genuina expresión del “trumpismo” castizo de chotis y chulapos capaz de aglutinar en su entorno a un espectro sociológico que va de la extrema derecha hasta clases “populares” indignadas por las restricciones, el cierre de la hostelería, pasando por el “pijismo” del barrio de Salamanca.
Ayuso no necesita explicar que no pertenece al PP del pasado. Es otra cosa. Y si su apuesta electoral, apoyada –no lo olvidemos- por Miguel Ángel Rodríguez y su “brunete mediática”, prosperase, Casado encontraría en la joven líder madrileña a un “alter ego” que podría disputarle su puesto al frente del Partido Popular. Así que se preparen en Génova 13 porque si el futuro se les presentaba plagado de incógnitas, la nueva coyuntura incorpora aún más enigmas.
Otro de los elementos que añade incertidumbre al panorama, aunque de raíz distinta, es la dinámica catalana en torno a la formación de un ejecutivo en la Generalitat. Las últimas informaciones conocidas apuntan a la existencia de dificultades en torno a la confluencia de intereses entre ERC, JxC y las CUP. En todo caso, la conformación de una mayoría soberanista, con una nueva hoja de ruta de camino a la República Catalana impedirá cualquier opción de apoyo o de acuerdo de quien gobierne en Barcelona y quien lo hace en la Moncloa. Resultaría de difícil encaje. Y con más razón tras el regreso de los presos del procés a la prisión como consecuencia de la intervención de la fiscalía y la aprobación del “suplicatorio” a Puigdemont, Comin y Ponsatí en el Parlamento Europeo.
Con todo, parece que el problema nacional de Catalunya sigue instalado en un bucle de enormes complicaciones.
Este maremagnum acontece sin que el enfrentamiento entre los socios de gobierno en Moncloa haya cesado o cuando menos, se haya atemperado. Las espadas siguen en todo lo alto y el malestar por las “deslealtades” que unos y otros se acusan, sigue estando presente. Los de Pablo Iglesias insisten en su estrategia de la tensión. Sólo desde la “presión” se consiguen objetivos. Y ese tensionamiento consume la paciencia de la militancia socialista que no dudaría un minuto en desalojar de una patada a los morados del poder. Pero Sánchez sabe que no se puede gobernar con las tripas. Por eso, tiempo al tiempo.
Una filtración interesada nos dejó una supuesta confesión de la vicepresidenta Carmen Calvo a sus colaboradores; “preparémonos para elecciones en octubre”. Es pronto para aventurar una fecha, pero ya no hay nadie que no contemple el fin del ejecutivo de coalición y un nuevo paso por las urnas. ¿Cuándo se producirá? Algunos señalan que cuando Europa reclame formalmente una reforma de las pensiones y se posicione en contra de la derogación de la legislación laboral. Ese será el momento en el que Pablo Iglesias diga el “hasta aquí hemos llegado”.
Otra cosa será ir a votar. Sánchez, en mitad del caos político y de la azarosa situación de los partidos de oposición, necesita algún “triunfo” con el que engordar su prestigio. Y eso dependerá de la reducción del paro, de que la inversión de los fondos europeos cree empleo (rehabilitación viviendas, eficiencia energética…)
Con esa baza y la debilidad de los oponentes, Pedro Sánchez despejará la margarita para lanzarse a una campaña que intentará hacer pivotar en dos únicas alternativas; la que él representa y la de la derecha liderada por VOX. Polarización a tope, emulando el caso Macron-Le Pen. Achique de espacios para rentabilizar al máximo la posición.
La perspectiva que se nos dibuja en el horizonte no puede ser más desalentadora. La acción política en el Estado puede resumirse en un dicho: los apuros de un botijo en alta mar. Más nos vale estar atentos a la marejada, porque cualquier movimiento de ficha puede hacer que el botijo se hunda. Que no salpique.
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