sábado, 12 de marzo de 2022

EN DEFENSA DE LA VERDAD

En mi época, el estudio y el conocimiento  se sustentaban en la memorización. Yo intentaba racionalizar  la información que recibía  pero no siempre era posible colegir  para qué servían aquellas cosas, qué utilidad tenían o por qué fundamentos lógicos se regían.  Cuando en matemáticas  me empezaron a hablar de logaritmos neperianos o de “límites cuando ¨n¨ tiende a infinito”, se me apagaron las luces. Lo mismo me ocurrió  con la física. 

 

Así que para  intentar  dar respuesta a muchas de las cuestiones tuviera que echar mano a la retentiva. Ahora bien, repetir como un papagayo algo aprendido de memoria tenía sus riesgos. Muchos riesgos. Confundir  un concepto era como rayar un vinilo lo que podía provocar que el producto final resultara inservible. Así que, en ocasiones, buscara pequeños juegos de palabras  que alimentaran formulaciones o principios básicos. Por ejemplo, para recordar las unidades vinculadas a la energía (frecuencia, potencia, carga eléctrica…)  encontraba el dicho; “Un julio y un hercio se fueron a dar un voltio, se metieron en un watio y les dieron por el culombio”.  Un juego de palabras  parecido a la fórmula para conocer el interés en el mundo de las finanzas.  El  socorrido “carrete” (Capital x rédito x tiempo).

 

En el campo de las humanidades, encontrar este tipo de recursos evocadores era un poco más difícil, pero recuerdo uno vinculado a la cultura helena y en especial a los principales creadores literarios de la Grecia clásica.  Decía así; “Eurípides, no me Sófocles que te Esquilo”. Y hasta Esquilo quería llegar porque quien  peleó contra los persas en las batallas de Maratón  y Salamina, fue el primer dramaturgo identificado como tal  y suya fue una cita universal  que hoy cobra su total vigencia; “la verdad es la primera víctima de la guerra”.

 

El conflicto armado provocado por la invasión rusa de Ucrania no es una excepción. Es, además, el ejemplo de un nuevo tipo de contienda, la denominada “guerra híbrida”. Se denomina así a la agresión generada en función de una combinación de fuerzas irregulares encubiertas y, principalmente, al ataque basado en la implementación  de campañas de propaganda, información y desinformación a gran escala.

 

Valery Gerasimov, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Rusia desde 2012, está considerado como el primicial impulsor de la utilización de la “desinformación” como doctrina militar moderna.  Ya en el año 2013 Gerasimov  teorizó sobre las nuevas  formas de contienda afirmando  que “el espacio de la información abría amplias posibilidades asimétricas para reducir el potencial de combate del enemigo”.

 

Desde entonces, la mayoría de expertos  han apuntado al Kremlin como origen  de  la multitud campaña de desinformación  lanzadas hacia occidente con especial incidencia en las elecciones de Estados Unidos  ganadas por Trump o la decisión británica del Brexit.  Con posterioridad, la desinformación  está por todas partes. La guerra sucia informativa  ha capilarizado su influencia por doquier utilizando no solo soportes digitales  que simulan medios de comunicación clásicos sino que  se ha abierto paso hasta  determinadas firmas de supuestos analistas  cuya pretendida influencia está siendo utilizada sin contraste ni filtro  en servicios informativos  de incidencia masiva.

 

En el caso de la invasión de Ucrania y como fase previa al comienzo de la intervención militar, los medios del Kremlin  y sus satélites desplegados por todo el mundo  publicaron y emitieron  decenas de informaciones que defendían la idea de que Rusia movilizaba  a sus soldados “contra el inminente ataque de Ucrania”, una nación dominada por los “neonazis” entrenados por la OTAN y las potencias occidentales, que según siempre los servicios de información de Putin, pretendían establecer allí sus  bases militares. Según ese relato, Rusia era la nación amenazada y los occidentales, representados por Estados Unidos y la OTAN, la fuerza impulsora de una inminente  agresión.

 

Los medios de comunicación utilizados desde Moscú intentaron  presentar a Ucrania como un país despiadado. Servicios “informativos” como “Russia Today” o “Sputnik”

 difundieron en sus redes sociales a principios de diciembre un vídeo en el que supuestamente guardias fronterizos ucranios mataban a un grupo de inmigrantes que intentaban entrar en el país a través de la frontera con Bielorrusia. En las imágenes, imposibles de geolocalizar y aparentemente grabadas con una cámara de infrarrojos, se apreciaba a un grupo de personas tiroteadas, supuestamente, por el ejército ucranio. Sin embargo, las imágenes eran falsas

 

Otro ejemplo recurrente de intento de desprestigio de la imagen de Ucrania fue la supuesta relación entre sus dirigentes y el neofascismo. Dicha identificación, absolutamente engañosa, alcanzó su máxima expresión con la divulgación  de una foto en la que se veía al presidente Zelensky sujetando una camiseta con la esvástica. Un montaje repetido viralmente.

 

La desinformación y la propaganda  se han acentuado una vez que la fuerza de las armas  ha generado  destrucción, víctimas y desolación.  Rusia ha insistido en su política de la manipulación. Internamente no reconoce su participación en la guerra. La considera eufemísticamente  de “operación especial”.  Al tiempo,  anunciaba la apertura de corredores humanitarios impracticables y que  incesantemente bombardeaba o  acusaba al gobierno  legítimo de Ucrania de estar detrás del ataque a las centrales nucleares de  Chernobyl  y Zaporiyia. Bombas y desinformación en un mismo escenario.

 

Ucrania, por su parte, también ha echado mano de la “propaganda”, pero  su acción “publicitaria” ha tenido como objetivo mensajes pasionales, en los que pretende consolidar su imagen de víctima, haciendo referencia al heroísmo resistente  de su ejército y milicias. Destaca  entre su discurso épico,  el viralizado  video del “fantasma de Kiev”, un desconocido e inexistente piloto ucranio, que en las primeras horas de la invasión derribaba media docena de  aviones rusos.

 

En ocasiones resulta difícil determinar si las imágenes que vemos en los noticieros son reales  o se trata de una baza más de la desinformación. La presencia de corresponsales de guerra en la zona, las crónicas que éstos nos están trasladando, son, quizá, la base más objetiva que nos acerca a la verdad. Y la verdad nos habla de cientos de miles de personas refugiadas,  huidas despavoridas de sus ciudades destrozadas. Nos habla de  un cerco  armado que asedia las principales urbes ucranias y nos presenta la evidencia de bombardeos a núcleos civiles, de víctimas atrapadas por el fuego ruso, por un enfrentamiento desigual  en el que una potencia agresora trata de anexionarse por la fuerza un territorio, una nación, cuya ciudadanía resiste ejercitando su legítimo derecho a la defensa, aun a riesgo de ser aniquilados.

 

Las sociedades occidentales han respondido al desafío ruso con la prudencia exigida de no cometer  respuestas que supongan  una escalada bélica que nos lleve a una confrontación de escala mundial. Sin embargo su respuesta unánime de aislamiento económico al régimen de Putin y el impacto  de ese tensionamiento en la economía y el mercado energético global  ha abierto un nuevo escenario de guerra cuyo coste  deberá ser asumido  por las sociedades democráticas  como su aportación particular en la defensa de la libertad  y de rechazo a la tiranía violenta del Kremlin.

 

Las consecuencias del cierre financiero a Moscú y, esperamos la pronta desligazón  del mercado ruso de la energía (gas, carbón y petróleo) va a provocar –lo está haciendo ya-  una situación  de crisis en las economías occidentales. La falta de suministros básicos,  la disparada carestía de la energía  nos volverán a traer inflación, inactividad, desempleo y apreturas en lo que el lehendakari Urkullu se ha permitido ya en calificar como “economía de guerra”.

 

La nueva crisis que se nos instala puede ser el caldo de cultivo  de agoreros que traten de volcar la insatisfacción de la gente hacia ámbitos políticos e institucionales  ajenos a la responsabilidad última del conflicto, desenfocando  la responsabilidad del mismo.  Es tiempo, por lo tanto, de pescadores de ríos revueltos que habrá que identificar y desenmascarar.  Porque la “desinformación“ también se viste de periodista, catedrático o “politólogo” de apellido de postín  que lo mismo  manipula en la televisión pública vasca o en el canal  oficial iraní de habla española que abiertamente se alinea con Putin.

 

Si los ucranianos resisten a la barbarie, nuestra obligación para con ellos es, igualmente, mantenernos unidos. En defensa de la dignidad humana. Y de la verdad.  

 

 

 

 

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