Son las siete cuarenta y cinco de la mañana. Afortunadamente para la circulación, no llueve. A pesar de la carestía de los precios de los carburantes y del resto de los bienes de consumo, la utilización del automóvil sigue siendo masiva en la movilidad interurbana. Miles de coches, furgonetas y camiones circulan ya por nuestras carreteras como consecuencia de la actividad laboral y comercial. Es un síntoma, en contra de la crisis generalizada, de pujanza y dinamismo. Parece que hemos vuelto al dinamismo pre pandémico. Eso tiene de malo el incremento de los niveles de contaminación.
El tráfico es fluido. Se avanza adecuadamente…hasta que una veintena de hombres (recalco lo de hombres porque todos los participantes en el episodio posterior son del sexo masculino) despliegan una pancarta y se cruzan en la calzada. No necesitan vociferar para llamar la atención. Basta extender el plástico pintado en lo ancho de los tres carriles de la vía. Veinte manifestantes, veinte, taponan uno de los accesos más utilizados de la capital, e inician una pausada marcha reivindicativa que pretende cruzar la principal arteria de Bilbao. Avanzan cansinamente. Sin prisa ante la “música de viento” de los cláxones que airean el cabreo de los primeros vehículos embotellados. No saben lo que les viene encima.
Veinte –veinte, ni uno más ni uno menos- , empleados de una empresa adjudicataria del servicio de transporte público en autobús, reivindican la negociación de su convenio impidiendo que miles de ciudadanos lleguen a su punto de destino para desarrollar su actividad económica y personal. Veinte trabajadores en huelga –veinte- ejercen su derecho de manifestación (previamente comunicado a la autoridad competente) a costa de la libertad de movimientos de miles de automovilistas, transportistas y estudiantes que se han visto atrapados (intencionadamente) por el interés de los huelguista de trasladar al conjunto de la sociedad su lucha por un salario justo. Demanda laboral apoyada en el sacrificio ajeno de quienes, sin comerlo ni beberlo, se han convertido en rehenes de aquella veintena de proletarios del transporte público de viajeros que optaron por manifestarse. Lo hicieron con premeditación y alevosía, en hora punta, en el asfalto de los accesos a Bilbao, en lugar de trasladar sus protestas por las aceras , sin necesidad de encabronar a miles de personas que vieron interrumpida forzosamente su actividad del día a día y que perdieron tiempo, mucho tiempo de su azaroso calendario.
La “socialización de la pelea sindical” parece haber tenido efecto. El pasado miércoles se anunciaba un acuerdo en una de las cuatro empresas concesionarias del sistema “Bizkaibus” lo que abría la puerta a que en las otras tres compañías prestadoras del servicio pudiera ponerse fin a un conflicto en el que el sabotaje a la flota (que al final la pagamos todos) ha estado presente como una forma más de inconcebible de presión. Un conflicto difícil de entender y que se haría aún menos “popular” si la opinión pública conociera la realidad de los salarios medios de los activistas movilizados (sueldo medio superior a los 40.000 euros -antigüedad y pluses aparte-).
El cierre de este episodio aún no es un hecho. Y nadie descarta que hechos tan lamentables y de tanto costo social se vuelvan a repetir. Una vez pasada la raya, volverla a pasar es mucho más sencillo.
Plaza de Gurutzeta, Barakaldo, 10,30 horas de la mañana. La explanada, como es costumbre últimamente, aparece cubierta por una alfombra de papeles. En la puerta de acceso al hospital universitario, media docena de ertzainas se interpone ante un ruidoso colectivo de apenas treinta personas. La mayoría de ellas son mujeres. Pertenecen al sector de la limpieza, un ámbito en el que las plantillas están mayoritariamente feminizadas.
La protesta de este colectivo en las puertas del hospital de Cruces sigue el ritmo que marca un tambor a modo de batucada. Las sonoras manifestantes son las trabajadoras de una empresa de limpieza que reclaman negociación colectiva. Se lamentan que su trabajo ha pasado a ser de “esencial” durante la pandemia a “invisible” al día de hoy. Reivindican mejores salarios y una “homologación” de difícil encaje. Sin embargo, la mayoría de sus eslóganes o consignas repetidas por una joven al megáfono no hacen referencia a la compañía que las tiene en nómina y que, al parecer, se niega a negociar una actualización del convenio. Los gritos van dirigidos a otra parte; a Osakidetza, y a la consejera de Salud, Gotzone Sagardui a la que gratuitamente se insulta –“ladrona, coge la fregona”-. Por desgracia, estamos acostumbrados a que determinados colectivos peticionarios de aspiraciones legítimas, echen mano de la descalificación, la difamación o el insulto dirigido a las instituciones, sus responsables o el “poder establecido”. No hay respeto, ni educación para con los demás. Solo reconocimiento de “mis derechos”, “mis” necesidades, “mis” circunstancias.
Pero la escena no acababa ahí, en una serenata vindicativa. Entre el colectivo se despliegan tres activistas que sin ningún recato ni disimulo echan mano de una bolsa de plástico y esparcen por el asfalto octavillas y pequeños recortes de papel, a modo de confeti o de desechos de trituradora. Una guarrería infame y desvergonzada, a la vista de todo el mundo.
Esa desfachatez de mancharlo todo también había ocurrido de puertas adentro de las instalaciones hospitalarias. La porquería de papeles lo invadía todo. Hall, pasillos, ascensores…El reguero esparcido por las “profesionales” de la limpieza lo inundaba todo. Hasta la quinta planta de consultas externas donde tuve que desplazarme. Sentí vergüenza e indignación.
La impresión de inseguridad que daba aquella película de papelitos multicolores hacían pensar que en cualquier momento podía producirse un resbalón y con él un accidente y una desgracia. Al día, son miles las personas que transitan por las instalaciones hospitalarias. Gente mayor y menor, con problemas de movilidad y sin ellos a los que se les somete a un riesgo que no debieran padecer.
Una trabajadora sanitaria corrobora mi sospecha. Me confirma que ya se han ˋproducido varios incidentes provocados por la irresponsable acción de algunas huelguistas.
He visto imágenes en redes sociales que este tipo de acciones se han repetido en distintas partes. En concreto las grabaciones emitidas se circunscriben al hospital de Donostia, donde unas huelguistas procedían -con disimulo- a empapelar los suelos del local. En ellas, usuarios del centro de salud recriminan a las activistas. Pero ellas siguen a lo suyo. La gerencia de la OSI, eficazmente, puso los medios para limpiar y acabar, por seguridad, aquel despropósito. Las huelguistas la acusaron de boicotear sus derechos laborales.
Faltaban unos minutos para que las manecillas del reloj de la torre del ayuntamiento de Bilbao marcaran las once la mañana. En el salón de plenos se celebraba la última sesión de la legislatura antes de que el próximo día 4 se disuelvan los gobiernos locales y se convoquen las elecciones municipales. Un momento antes, una representación sindical de la policía municipal había protagonizado un pequeño acto reivindicativo. Pero los delegados de la guardia urbana mantuvieron la compostura y enseguida, ordenadamente, abandonaron el salón una vez realizada la acción de protesta. Fue entonces cuando llegaron a la sala representantes del comité de empresa. Interrumpieron la sesión plenaria y exigieron, a voz en grito, presentar sus reivindicaciones. Tras momentos de tensión, el alcalde se vio obligado a suspender temporalmente la reunión y ordenar el desalojo de los manifestantes que cuestionaban el carácter democrático del primer edil. La “culpa” del despropósito, la intolerancia de Aburto.
La intención de reventar la última reunión de la legislatura municipal en Bilbao no fue un acto aislado o privativo de la villa (Azpeitia, Getxo, Basauri, Lasarte, Eibar, Donostia…). ELA lo había anunciado en rueda de prensa. Comenzaba sus movilizaciones en el sector público municipal y foral para “frenar el empobrecimiento de las plantillas” y el “empeoramiento de las condiciones laborales” de los trabajadores públicos.
De aquí a mayo no espera buena. El principal sindicato del país –ausente en los últimos acuerdos laborales del Metal o del Servicio de Ayuda a Domicilio- se ha activado contra el “empobrecimiento” del colectivo de los trabajadores públicos. Se acabó el recreo. Elecciones políticas a la vista, ofensiva sindical asegurada
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