Imagen de época. Familia Amarika-Ibarretxe.
Junto a caserío. Barrio Plazakoetxe, Galdakao. De izquierda a derecha , primera fila, Jose Luis, Luis , Teresa, Javier. En segunda fila Belén, Mari Tere y Jose Ignacio
La saga Amarika-Ibarretxe se extingue. La tarde-noche del pasado lunes, un fulminante y devastador infarto acababa con la vida de Jose Ignacio, el más joven vástago de Luis y de Teresa.
Murió cuando comenzaba a saborear la felicidad, sabedor de que en su particular lucha contra la enfermedad estaba ganando. Cuando la convivencia con los suyos –Pili, Jorge, Omer e Iratxe-, se hacía sinfónica. Cuando el tiempo era tiempo a disfrutar, a ganar, a compartir.
Mi tío Jose Ignacio siempre fue un fenómeno. Era el más jóven de la saga. Le recuerdo embadurnado en grasa, a la hora de comer en el “hotelito” de “Sindicales” – Galdakao- tras su jornada laboral matutina en el taller de Autxa destripando motores. “Cara sucia” le llamába. Era el “ojito derecho” de amama. Hasta el punto que cuando hizo la mili en Vitoria, en el paquete de comida que le enviaba (como a cualquier soldado se le mandaba desde casa una ayuda alimentaria), no había ni chorizo ni salchichón sino latas de espárragos. (Había que joderse con doña Teresa).
El “txato” siempre fue un trabajador impecable, de los que no hace falta decirle qué hay que hacer ni en qué tiempo. Siempre dispuesto a arrimar el hombro, a arrastrar con sus deberes –como un burro de carga- y a compartir esfuerzo con sus compañeros.
Un trabajador de primera. De los que sudaba la camiseta hasta terminar la faena. Y una vez cumplido el horario, hacía del tiempo libre una verbena. De joven, cuando corría la banda como lateral por el campo de santa Bárbara, decía que era “campeón del mundo” de trasegar cubalibres. Después, con la madurez, fue aplacando su vena festiva, si bien una partida de mus en el txoko de Bengoetxe nunca fue despreciada. Que gran tío. Qué socarronería. Qué sentido del humor. Qué generosidad.
El pasado mes de mayo, en plena campaña electoral, estuvimos de boda. Ya lo conté. Inconmensurable en todo. Amarika, tienes ganado el cielo. Lo tenías ganado desde hace tiempo. Desde hace muchos años. Desde aquel día que con la furgoneta de “Cinzano”, en pleno aguacero, paraste para que subiera un minúsculo monje que hacía autoestop en pleno chaparrón. Calado hasta los huesos –lo único que debía haber debajo de aquel hábito- le preguntaste dónde iba. “Aquí al lado, a Zabalbide –contestó-“. “Vamos –dijiste-“. Y según se acomodó en el asiento aquel enjuto personaje empapado te rompió los esquemas ( a ti y a los que íbamos en la furgoneta). “Ya rezaremos un rosario ¿verdad?”. Dicho y hecho. Nosotros, que el verbo rezar no estaba en nuestro diccionario, avemaría arriba y abajo. Era Aita Patxi. Yo un chaval y Jose Ignacio un joven murmurador que tras desembarcar al autoestopista juró no parar más a un fraile en la carretera, aunque cayera el diluvio universal. Pero sólo fue un pronto. Un arranque.
El corazón se te hizo trizas en Vallejo. En el paraíso que habías encontrado. Y de Vallejo al cielo.
Te vamos a echar de menos. Sobre todo la valiente tía Pili. Le acompañarán Jorge y Omer. Se parecen mucho a ti. Y eso es una garantía para ellos y para todos.
La saga Amarika-Ibarretxe se extingue. Del árbol familiar sólo quedan Mari Tere y Belén, que la pobre es incapaz de exteriorizar el mucho sufrimiento que le ha causado tu marcha.
De aquella unión de Luis y Teresa, primero fue Javier quien se fue a cantar “Jalisco no te rajes” con San Pedro. Luego José, el primogénito. Te estará esperando para, en la primera taberna, celebrar el encuentro. “Eh, tú. Saca tres blancos”.
Aquí, también brindaremos, aunque nos duela.
Este trago va por ti.
P.D.
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